Su acercamiento a los libros comenzó a temprana edad y aunque su padre creyó (y lo deseó) que se convertiría en un importante abogado o juez, el Derecho no era lo suyo. Su pasión por la poesía le llevó a abandonar la universidad y abocarse a actividades vinculadas al mundo de las letras.
Así, comenzó trabajando como librero y linotipista y más tarde, tras la publicación de su primer poemario titulado «Pilón» emigró a Estados Unidos con el deseo de trabajar y vivir en la inmensa New York. La vida le sonrió cuando consiguió un trabajo de diplomático en la embajada de su país en Washington, lo que le permitió vivir tranquilamente haciendo un trabajo que le gustaba a la vez que sacaba tiempo para escribir.
Por su condición de diplomático residió en Estados Unidos, Chile, Colombia, Argentina y España, entre otros países, y trató con grandes figuras de la intelectualidad mundial. Junto al puertorriqueño Luis Palés Matos y el cubano Nicolás Guillén, está considerado un pionero de la poesía negrista. Su libro Trópico negro (1942) lo sitúa como el poeta que con más profundidad aborda la explotación de los negros africanos; pero su obra cumbre es Compadre Mon (1943).
Previamente había dado a la imprenta Pilón (1931), Color de agua (1932) y Doce poemas negros (1935), volúmenes de versos que reflejaban su interés popular y sus preocupaciones sociales e indigenistas. Más tarde con los poemarios Los huéspedes secretos (1951), Sexo y alma (1956) o Los anti-tiempo (1967) incursionó en nuevas temáticas, en especial en una poliédrica visión del amor cargada de erotismo, alternándolo con la reafirmación de su compromiso político en composiciones como las de La isla ofendida (1965), en defensa de la revolución cubana.
Uno de los temas fundamentales de su obra es la discriminación racial; en ella encontramos una clara intencionalidad de cantar a la raza negra y reconocer todos sus aportes sobre la cultura latinoamericana. Supo, además, tocar temas políticos y personales con una gran intensidad, haciendo de la poesía un espacio de reflexión en torno al mundo y a la propia existencia. Otro elemento a resaltar de su obra es la presencia de elementos naturales: pájaros, árboles, ríos, brisa.
Para Cabral existe entre poesía y naturaleza una estrecha relación y aunque asistimos en él a una obra poética pluricultural donde lo urbano adquiere una gran importancia, hay un deseo de volver a las raíces, de cantar a la vida desde la propia naturaleza, algo que lo acerca a Jorge Guillén, con quien comparte generación, y que le convierten en uno de los poetas dominicanos más exquisitos.
Su producción como cuentista es bastante amplia y apreciada por el público y la crítica. Como novelista, en cambio, no fue prolífico ni tuvo tanto éxito; en los 70 publicó las novelas El escupido (1970) y El presidente negro (1973), sin que los logros se aproximaran a los obtenidos en sus otras facetas intelectuales. Practicó también el ensayo, campo en el que se mostró sagaz y, a veces, cáustico, y vertió sus recuerdos en el libro autobiográfico Historia de mi voz (1964); mucho menos conocida es su afición a la pintura. Considerado por Gabriela Mistral uno de los cuatro grandes poetas de América (los otros eran Rubén Darío, César Vallejo y Pablo Neruda), Manuel del Cabral vio reconocida su trayectoria con la concesión del Premio Nacional de Literatura de la República Dominicana (1992).